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poema: relojes de arena

  • Zamara González
  • 9 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

Primer post del año, empezamos con un poema que nos ha quebrado (pero también compuesto) a muchas y que sabíamos que tarde o temprano íbamos a compartir. Gracias Zamara por dejarnos entrar.


Pensé en cuando tenía 7 y no tenía miedo. Tenía 7 y me portaba bien. Sabía lo que era ser bueno y ser malo. Nunca crucé la calle, nunca hablé con desconocidos, nunca desobedecí a mi papá. Tenía 10 y no era pobre. Vivía tras una barda, una cámara de seguridad me veía hablar con mis juguetes. Era una niña y estaba a salvo. ¿Quién castigaría a alguien que aún no se ha equivocado? Tenía 5 y aprendí a leer. Qué lista, te va a ir muy bien. La curiosidad es tan extraña, desaparece mientras se aproxima. Tenía 12 y una vida por delante. Y entonces me violaron.

Pensé en la vez en la que salí a bailar. Estaba con unos amigos de la escuela que nunca me habían visto usar tacones. Sentí el calor de las luces y las risas y el licor. Pensé en mi juventud y mis sí y mis no y mi libertad. Tal vez ya había llegado, era quien había querido ser. Pensé en primeras veces y la belleza que encontré una tarde en la esquina de un espejo. Ésta es la única etapa de tu vida en la que puedes hacer estas cosas. Pensé en besos chuecos, pasos torpes, canciones que escuchas sólo cuando te estás riendo. Y entonces me violaron.

Pensé en mi amigo, lo conozco desde que teníamos 4. Compartíamos secretos, jugábamos con tierra mientras planeábamos futuros, improvisamos una historia que ya estaba escrita para mí. Pensé en el día en el que me dejó de hablar, hizo nuevos amigos, murmuró a mis espaldas. Pero era un buen muchacho, un hijo tan bueno. Pensé en el novio que me regalaba un libro en cada cumpleaños. Y otro que me gustaba y tocaba la guitarra en una banda mientras gritaba algo sobre la justicia. Pensé en el Profe A, B y C, que en clase nos contaba historias de mujeres que habían luchado por mí. Pensé en mi hermano, que fue criado a mi lado, las mismas navidades, la misma sangre, diferentes gritos que se ahogan en la almohada. Y todos eran buenos muchachos, hijos tan buenos. También pensé en una bestia oculta en sus pechos desnudos, observándonos, ahuyando contenida. Pero era sólo un mito, una mentira dicha por hombres para hombres que creen que no tienen otra opción que ser hombres. Es sólo eso, cosas de hombre. Y entonces me violaron.

Pensé en todas las veces que me dijeron gorda, fea, plana. No soy el fetiche de nadie. Soy negra, soy morena, mi lengua es habitada por palabras de otros tiempos. Pensé en los vestidos que nunca usé, en las calles que nunca recorrí. No parezco un comercial para su felicidad. Pensé en el día en el que traía puestos unos jeans y una sudadera, mientras el sol se metía y una brisa me recordaba que mi valor estaba en otro lado, que era mi decisión. Y entonces me violaron.

Pensamos que estábamos luchando juntas. Marchamos, nos abrazamos, alzamos la voz.

Era 2017 y nuestros brazos, lado a lado, nos mantenían a salvo. Aprendimos la palabra sororidad y olvidamos palabras como puta. Nunca estábamos solas. Viajamos a Ecuador, rentamos un departamento en el centro, compartimos un taxi con una muchacha asustada que nunca había sido una desconocida. Éramos feministas, estábamos juntas, estábamos a salvo. Estábamos a salvo, estábamos a salvo, te lo juro, mamá, que estábamos a salvo. Pero entonces nos violaron.

Y entonces nos violaron una y otra vez, siempre nos violan pero somos afortunadas. Qué suerte que escapamos, corrimos mientras nuestras piernas aún temblaban. Qué suerte que nos violaron pero él se disculpó a la mañana siguiente y nunca se volvió a emborrachar frente a nosotras. Qué suerte que es un buen padre, un proveedor, el amor de tu vida. Qué suerte que una tímida señal de nuestros celulares escapó y nos encontraron a tiempo. Qué suerte que sus manos se cansaron, que nuestra garganta no se derrumbó entre la sangre y los gritos. Qué suerte que hay dinero para sesiones, ejercicios de respiración, pastillas que adormecen. Qué suerte que estábamos menstruando, qué suerte que hay abortos clandestinos, qué suerte que hay corrector y polvo. Qué suerte es sentir el agua recorriendo nuestro cuerpo, el tiempo que nos han dado. Porque al menos estamos vivas.

Qué suerte que estamos vivas.

Escribo y lloro porque nunca son ellos quienes nos violan. Escribo y lloro porque no me mataron, sigo viva, pero nací mujer hermana desconocida hija y no importa cuándo, no importa dónde, desde el seno de mi madre hasta mi última exhalación, siempre voy a ser una violación esperando ocurrir.

Pueden encontrar el libro de Zamara, 'Averiguaciones previas' por acá.

fotografía: Saraí del Norte

 
 
 

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